viernes, junio 24, 2005

Sobre los peronistas y sus ilusiones perdidas

Pobres radicales, a ver si piensan que tengo algo personal contra ellos y su incompetencia. Pobre el pueblo argentino que la sufrió también.
Suponiendo, con poco margen de error, que el origen de nuestros descalabros proviene de gobiernos de distinto origen, resulta atendible que se inculpen mutuamente. Para un radical, un gobierno no-radical no fue lo suficientemente radical. Para un peronista, un gobierno no-peronista no fue lo suficientemente justicialista. Símil con los militares, para quienes se podrían haber hecho las cosas de forma más autoritaria, no más democrática.
Sumido en esta lógica, un tanto perversa si se quiere, para un peronista todo el bienestar que alguna vez se gozó, no provino de otro régimen que del íntegro cumplimiento de la doctrina nacional justicialista. A su vez, el fracaso es responsabilidad de quienes, peronistas o no, incumplieron en llevar a cabo la doctrina nacional justicialista. Entonces, si el peronista reconoce la plena vigencia y la vez ausencia de la doctrina nacional justicialista, a saber, que la misma explica el éxito y el fracaso, debo concluir lo siguiente: en conocimiento de lo que la doctrina nacional justicialista significó, es gracias a su parcial cumplimiento que éste país sea decadente y no otra cosa. ¿Qué otra cosa? Un peronista diría un país glorioso, independiente, soberano, justo, etc. Yo creo que por el contrario, sería un país más paupérrimo todavía. Un país de puras ilusiones, utópico, además de uno para ensoñecerse, sería uno para escapar de la realidad, la cual por naturaleza es siempre cambiante. Ya lo decía el general "la única verdad es la realidad". Su movimiento y su doctrina no se adecuaban a la realidad y ésta fue la que se encargó de ponerlos en yerro. De no haber sucedido el devenir, sólo quedarían las ilusiones. Este es un país destruído donde quedan pocas ilusiones y algún recuerdo, pero un país con una base a partir de la cual se puede intentar construir. No desde ilusiones, sino de una realidad, con semejanzas pero fundamentalmente diferencias con la contemporánea del peronismo en su mocedad. Es la progresiva abjuración al peronismo lo que nos debe despegar del país fantástico que nos dibujan, donde ellos son responsables por todos los aciertos a la vez que se liberan de toda carga en los desaciertos.
Nótese, he dicho el parcial cumplimiento, y de aquél quedan remanentes, como panfletos vacíos, autoritarismo, populismo...No son exclusivos del peronismo, pero difícilmente un peronista reconocerá a un no peronista la consecución de una doctrina similar a la nacional justicialista, no obstante endilgue a su contraparte todos los vicios que en realidad comparten.
La idea, tal vez algo rebuscada, es que la propia corruptela del justicialismo (la realidad inevitable del poder y burocracia desmedidos) impidió llegar a la prosperidad de ensueño que perseguían. La prosperidad, claro está, debía darse como la doctrina nacional justicialista la entendía, de lo contrario no había nada que enaltecer. No se llegó, al menos de manera perenne, a esa utopía corporativista, y más allá de la reedición del actual gobierno en muchos de esos cometidos, la gente está desencantada como para que alguien insista en su prosecución. Ya nadie puede proponer seriamente la doctrina nacional justicialista como salida más que de la cama, tras caerse de ella. Lo que han quedado son residuos: ilusiones secundarias, una clase política enquistada, prácticas clientelares, corrupción a todo nivel del estado y una fenomenal pobreza. Subsanarlos parece un imposible, una tarea colosal que tomará décadas; no se hará a tenor de las ilusiones de la doctrina nacional justicialista que parcial o totalmente aquí nos dejaron. Por eso no me molesta que este gobierno haga las cosas para el diablo, es algo normal, esperable, y hasta hay algunos resultados, que a nuestro pesar, son comparativamente dichosos. Me molesta que vendan cualquier cosa a la gente. Que un crecimiento económico coyuntural se revista con carácter estructural, que usen artimañas macroeconómicas en titulares de diarios comprados, que se erijan en campeones del pluralismo, que nos digan que el mundo ahora nos respeta, que la memoria hará la justicia, etc. Si hay logros, nos encantaría detenernos en ellos, pero nos llevan al campo del discurso, donde uno dice "a" y otro "b" y al ser "a" el argumento (generalmente una falacia) que sostiene quien detenta el poder, la gente, incrédula, lo compra como verdad. Y cuando digo que lo "compra" soy cínicamente gráfico. La gente paga, no por su bienestar, sino por la mentira, esa mentira (de nuevo, parcial, de lo contrario no habría nada bueno) que nos llevó al pozo. Para seguir siendo descriptivo en base a metáforas, cabe discernir si este es un pozo ciego, un pozo sin fondo o un bache. Al comprar las mentiras lo que hacemos es apagar la luz, no vemos lo que nos rodea y así no se puede distinguir el entorno allende. Ahora, que no se vea, no quiere decir que no se pueda oler o hacer uso de otros sentidos. Ahí es donde muchas veces da la impresión de que estamos en un pozo ciego, donde ni kilos de desodorante harán mella en la pestilencia. Sea con una antiparra o con un broche en la nariz, de ésta habrá que salir arremangándose y embarrándose.

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