sábado, diciembre 30, 2006

Saddam Hussein y lo que deja

Ayer estuve leyendo darios y blogs de derecha. En general estaban contentos con lo que le tocaba a Saddam. Lucho, que no rechazaba el juicio ni el veredicto, no veía bien la pena de muerte, porque podria convertir al ex-dictador en un mártir. ¿Mártir rescatado por quien? Segun dice, por los progres, por la izquierda. Como no recuerdo haber visto a ningún izquierdista proclamarse Saddamista, me puse a ver cómo lo recordaban hoy los diarios de izquierda. Qué mejor lugar para verlo, que Página12. Los dos artículos principales son notas cedidas por el británico The Independent, también "líberal".
La primera, firmada por Patrick Cockburn, repasa un poco la vida de este personaje. En todo momento se deja ver como este dictador fue de lo peor. "Saddam quería ser una figura mundial histórica y en cierta forma logró su ambición. [...] Sorpresivamente, tuvo éxito en lograr que a todo el mundo le sonara su nombre. Pero lo logró a través de la derrota y no de la victoria. En 1980 invadió Irán y comenzó una guerra de ocho años en la que murieron y resultaron heridos un millón de iraquíes e iraníes. En 1990 invadió Kuwait y fue derrotado por fuerzas lideradas por Estados Unidos. Saddam destruyó su propio país. Cuando llegó al poder tenía petróleo, dinero, una administración competente y una población bien educada. Lo dejó en ruinas. Era cruel por naturaleza. Pero también era producto de un país violento y profundamente dividido".
Así como no lo halaga, tampoco oculta algo que dificilmente leamos en un medio de derecha: "En 1980 Saddam invadió Irán, pero descubrió que el gobierno iraní podía movilizar gran número de voluntarios, no entrenados pero entusiastas. Muchas tropas iraquíes se rindieron. Fue sólo cuando Irán invadió a Irak que las apelaciones de Saddam al nacionalismo iraquí obtuvieron respuesta. Fue apoyado por los regímenes sunnitas en Medio Oriente, Estados Unidos, la Unión Soviética y Europa Occidental, que no se opusieron cuando comenzó a usar gas venenoso contra las tropas iraníes."
En el segundo artículo, también cedido por The Independent, Robert Fisk apunta sus cañones más que a Saddam, que nos ha dejado, a los vencedores, destacando que no era del interés de EEUU que a Saddam se lo juzgara por todos sus crímenes, entre ellos la invasión a Irán y el bombardeo con gas a iraníes y kurdos, puesto que la investigación podría llevar a preguntarse donde consiguió Iraq los componentes químicos.
Fue para mi sorpresa entrar después al libertariano blog de Lew Rockwell, y ver un pequeño post firmado por él mismo, con el título de "Dictator Stops Taking US Orders", y el siguiente enlace: US strings him up. El mismo dirige a la versión original, en inglés, del artículo de Robert Fisk.

Saddam es un tipo que sólo podía vivir mientras retuviera el poder de manera absoluta y cruenta. En cuanto se bajara o lo bajaran, miles de opositores, muchos de ellos familiares de asesinados por su régimen, iban a ejercer judicial o extrajudicialmente la venganza, como lo hicieron con Ceauşescu, con Mussolini, con muchos otros. Debe preguntarse uno si a estos personajes, deplorables como son porque han sabido ganarse enemigos por doquier e indefensos porque el poder que los sostenía ya no estaba con ellos, deben ser juzgados por quienes han sido agraviados por sus tropelías, sin que al hacerlo se esté vulnerando el derecho a la defensa del cual es requisito la imparcialidad.
Los ingleses lamentaron durante años, y subsiste hoy como mancha en su gloriosa historia, la ejecución al rey Carlos I (1600-1649) en pleno fervor parlamentarista. La sensación de culpa fue tal, que 11 años después le devolvieron el trono a su hijo exiliado, Carlos II, quien desató su venganza ejecutando a 13 de los tantos parlamentarios que habían firmado la sentencia de de muerte su padre. Cuando en 1688 los ingleses se cansaron de Jacobo II, le pidieron que se fuera, cosa que hizo al exiliarse a Francia y ser reemplazado por Guillermo III. La revolución gloriosa culminó sin derramamiento de sangre.
Es más conocida la experiencia de Luis XVI, que tuvo que pagar por los excesos de sus ancestros, en un episodio de clamor republicano que no pocos son afines a reivindicar.
Saddam no fue el primer gobernante iraquí en ser ejecutado. Como en Francia, Inglaterra o Rusia, la sangre real es la primera en derramarse. Faisal II cayó en desgracia cuando en 1958 el Coronel Abdul Karim Qassim lo derrocó y mandó a ejecutar junto a toda su familia y sirvientes en el patio del palacio real de Baghdag. No es osado intentar adivinar que pasó con este coronel Qassim... Despues de varios intentos de asesinato, los encargados del golpe de estado en 1963 (ya del partido Bath, al que pertenecía Saddam) lo ejecutaron con el beneplácito del panarabismo.

Saddam fue un hombre que tuvo todo y lo perdió. Perdió su país repleto de imágenes suyas incitando a una falsa adoración; perdió el poder que desde los 70´s le daba derecho de vida y muerte sobre las personas. Perdió el ejército que en los papeles y sólo en los papeles, se erigía en bastión del orgullo árabe. Con él perdió dos guerras y empató una. Perdió su fortuna incalculable extraída de las entrañas de un país petrolero, perdió sus -desde 1991- cada vez mayor cantidad de suntuosos palacios. Perdió a sus mujeres y amigos, y a sus hijos. Con su captura perdió la libertad, y ayer finalmente la vida. ¿Qué hizo mal para perder esto último? ¿Invadir Irán? ¿Asesinar kurdos? ¿Invadir Kuwait? No. El error que le costó la vida fue no escapar de Iraq cuando se le venía la noche.
A la pena de muerte, que hasta aquí hemos tratado con el sólo efecto retributivo (venganza) que se le asignó para castigar a Saddam, se la suele justificar hoy desde argumentaciones preventivistas. Sería tal el miedo que provoca la pena, que desanimaría a cualquier potencial delincuente de embarcarse en un delito que le puede privar del bien más preciado, la vida. Al margen de lo discutible que es asumir semejante utilitarismo ante los delitos comunes, no me cabe duda que la ejecución de Saddam no sienta realmente ningún precedente que haga a dictadores semejantes en el poder corregir sus excesos o deshacer los ya cometidos, mucho menos retirarse del poder. Irónicamente se podría pensar que Castro, Mugabe y cia tiemblan, pero, por el contrario, están conscientes, más que nunca, que perder o abandonar el poder, o permitir que se consolide una oposición, significará la muerte. El Times asegura que Saddam en el poder sabía que la derrota le traería la muerte. Sus homólogos no razonan diferente, y por eso los que no han perdido alguna sensatez se evitan entrar en guerras innecesarias. (¿Alguna vez se preguntaron por qué Catro no reconquista Guantánamo?). Fue la postura de Saddam desde que perdió la guerra del Golfo. Pero ya era tarde. 12 años de vida lujosa, 6 meses de escondrijo en un agujero y 3 años de prisión después, le llegó la hora.

1 comentario:

Martin J. dijo...

No es una contradicción eso de castigar con la muerte a un tipo de mató? No queda claro si matar está bien o mal...