martes, febrero 20, 2007

Borat

Borat es una película humorística para ver con cuidado. Explota prejuicios e ignorancia para convertirlos en humor. Humor que no está repartido en dosis iguales y depende en alto grado de la escena, la comunidad en que se basa y el segmento que la mira. Sacha Barón Cohen reparte para todos lados como para que nadie pueda dejar de sentirse aludido, una estrategia que ha aportado buenos dividendos: con un costo de u$s 18 millones, la película lleva recaudados más de 230.
Ya entrada la película, un asesor le recomienda a Borat no hacer chistes sobre aquello que las personas no han elegido ser. Violando repetidamente el consejo, Borat va y viene entre el humor de un personaje simpático, cándidamente movilizado por la curiosidad, y el de un ser mordaz e hiriente sin ningún reparo frente a la diferencia.
Desde el nombre mismo de la película, los primeros en figurar son los kazakhos. En realidad la especificación del país poco interesa. La idea es escoger un país perdido al que pocos podrían encontrar en el mapa, que sirva para conformar un estereotipo definido: gente rústica, iletrada, incestuosa y misógina. Como todo prejuicio, la fidelidad a la realidad es lo de menos. Kusek (en hebreo "vagina"), la aldea kazaka de donde parte Borat es tan ficticia como el personaje.
Los que nos muestran como kazakos (y se nota que no lo son puesto que no portan sus rasgos fenotípicos) en realidad se trata de gitanos de la villa de Glod, en Rumania. Su lenguaje no es otro que el romano, y cuando lo escuchemos a Borat hablar un lenguaje incomprensible no será kazakho, sino hebreo con algunas frases eslávicas, mientras su compañero de viaje, Azamat, se dirige a él en armenio. El alfabeto cirílico-kazako que supuestamente aparece tan seguido en la película, sólo es el alfabeto cirílico-ruso. En resumen, nada aquí debe tomarse muy en serio, siendo preferible entregarse a la risa. Kazakhastán se parece más a como lo describíamos hace poco.
En su viaje a EEUU para rodar un film propagandístico, Borat contrastará la cultura del glorioso Kazakhstán con la norteamericana, de manera que veremos una especie de troglodita desayunarse con la existencia y finalidad de los baños; la igualdad legal entre el hombre y la mujer; la convivencia con judíos; la asistencia a una parada gay, a un rodeo y a una ceremonia cristiana-pentecostal, así como también a una cena formal en una casa colonial del sur. Aquí se ve una de las escenas más desopilantes de la película. Borat, muy respetuosa pero tórpemente está tratando de hacer honor a la circunstancia de participar en una cena con la alta sociedad. Allí trata de complacer los modales, las formas y la temática para los que fue preparado en una rápida introducción la tarde anterior. Borat se va soltando, y en la medida que gana protagonismo, fomenta el rico intercambio cultural con los comensales, sorprendidos por la excentricidad de las costumbres kazakhas. Llegado a un punto pide un lugar para ir a hacer sus necesidades, para lo cual se le señala el baño. En su ausencia, los comensales hablan sobre la dificultad para comprenderse explicada a partir de las diferencias culturales, distinción valiosa y necesaria. En eso, regresa Borat del baño ofreciéndole a la anfitriona una bolsa ocupada con la reciente deyección. Ella, azorada, lo conduce al baño para enseñarle las utilidades del excusado y el papel higiénico. Poco después llega una visita sorpresa en nombre de Borat: una mujer negra y gorda vestida como prostituta, lo cual deviene en el levantamiento de la reunión, el mismo corolario de tantas otras entrevistas en la película. Incluye llamado a la policía, apenas uno de los 91 que hubo en total durante toda la producción.

Cada uno de los que salieron filmados, o la comunidad a la que pertenecen, tiene motivos -principalmente creerse engañados y no haber prestado su consentimiento- para sentirse ofendido por las afrentas del siempre irreverente Borat. En el país de la industria del juicio, no paran de llegarle demandas a la producción de la película. Hasta el más simpático y paciente instructor de manejo ha hecho su reclamo. Así puede entenderse que la película sea tan corta -dura sólo 80 minutos-, cuando han tenido, según afirman, que recortar montones de escenas inapropiadas, hoy provechosas para especular con la salida de una versión extendida en DVD.

Kazhakos, judíos, gitanos, cristianos, musulmanes, gays, nortamericanos sureños y/o patriotas, feministas, todos pueden sentirse aludidos por la incorrección del protagonista.
Sacha Barón Cohen ha encontrado una forma ingeniosa, escudada en las diferencias culturales, de expresar la rebeldía y la consecuente humorada que pueden concitar las costumbres y los prejuicios. Sin embargo, que se trate de una ficción no ha impedido que entre sus consecuencias estuviera la de soliviantar el espíritu de todo quien considere -la justicia lo dirá- que se le ha tomado el pelo.

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